El paradigmático proyecto de paisaje cultural que se ha llevado a cabo en el extremo sur de la ciudad de Albarracín, ha consistido en la conservación de la vieja muralla y la renaturalización de su entorno inmediato,siguiendo las más actuales directrices de recuperación depatrimonio.
La muralla es un monumento que debe conservarse de la forma más purista, por lo que la intervención se ha centrado en la estricta conservación, respetando susvalores de autenticidad y antigüedad. Se ha tratado de actuar con discreción, haciendo que la actuación pase lo más inadvertida posible.
La ordenación topográfica, vial y florística del espacio circundante ha sido la segunda parte del plan. Esta zona sur, que había sido una gran escombrera hasta los años ochenta del siglo pasado, transmitía una sensación de espacio secundario, y en parte degradado, debido a la excesiva presencia de suelos artificiales, a la abundancia de residuos en superficie y al mal estado de la vegetación.
Los trabajos realizados han consistido en la ordenación del espacio de excavación arqueológica en torno a la atalaya aparecida en el extremo sur. Se han completado taludes empleando alrededor de 20 toneladas de tierra vegetal, con su propio reservorio natural de semillas. Se ha definido el camino de acceso al paseo fluvial y la salida natural de las aguas pluviales hacia el río y, además, se ha hecho una redisposición del acceso rodado a la trasera del cementerio y del peatonal bordeando la muralla, con las isletas pertinentes renaturalizadas, para lo que se han utilizado otras 20 toneladas de tierra.
La vegetación se encontraba en mal estado de conservación, mezclaba plantas en muchos casos no autóctonas, por lo que se ha aspirado a restituir una ambientación paisajística acorde con el entorno y coherente con la historia de Albarracín, potenciando la naturalización de este espacio interior al recinto amurallado, produciendo una transición progresiva hacia el territorio exterior.
El contexto medioambiental del espacio condiciona la implantación de zonas ajardinadas de bajo mantenimiento y basadas en especies autóctonas, para recuperar una cubierta vegetal similar a las que habitan este tipo de laderas, donde predominen determinadas especies herbáceas y arbustivas (espliego, ajedrea, espino, rosasilvestre,…) junto con algunos árboles dispersos (sabina albar, enebro común, encina carrasca y también algún almendro para recuperación de la zona hortícola), bien adaptados a las condiciones del entorno, como acompañamiento al patrimonio que lo rodea.
Las dos fases de intervención se han desarrollado durante cuatro meses cada una y han contado con el apoyo económico de la DGA, la primera de la Dirección General de Patrimonio y la segunda con fondos del FITE.