Una de las citas célebres más conocidas de Santa Teresa de Jesús, religiosa, escritora y fundadora de la orden de los Carmelitas Descalzos, es aquella que asegura que “la verdad padece, pero no perece”. Podrán ser muchas las dificultades existentes para que prevalezca en este mundo que se mueve a tal velocidad, a golpe de tweet y mensaje en el móvil o en las redes sociales, pero, a la hora de la verdad, siempre ve la luz porque no hay argumento más poderoso que aquel que está basado en lo que realmente sucedió.
Estas últimas jornadas he podido comprobar lo real que es esta afirmación de la religiosa española del siglo XVI. Y lo he experimentado en primera persona tras denunciar que Correos y Telégrafos, empresa pública que sostenemos todos los españoles con nuestros impuestos, propuso al Ayuntamiento de Lidón la instalación de un cajero automático a razón de 850 euros mensuales, más la cesión de un local con conexión eléctrica e Internet. Unos requisitos que, lejos de ser explicados únicamente en la llamada telefónica que recibí, también estaba avalado por un documento recibido en mi propio correo electrónico para poder trasladarlo al pleno de mi municipio. Siempre con la máxima transparencia, como entiendo yo el ejercicio de la política.
Si Lidón hubiera aceptado esas condiciones hubiera sido necesario que se acometieran un total de 139,7 operaciones diarias para que este servicio no fuera deficitario. Todo ello porque por cada una de ellas obtendríamos a final de año 0,20 euros, lo que exige un esfuerzo notable a una localidad de 57 habitantes. Además, por si fuera poco, el Ayuntamiento recibe 830 euros mensuales por parte del Estado para sufragar y costear las competencias que tiene encomendadas. Es decir, instalar un cajero resultaba más gravoso que el mantenimiento del pueblo, el pago del alumbrado, la realización de inversiones, el apoyo a la viabilidad de nuestro multiservicio, etc. Ahí es nada.
Lo que hice este lunes en mi condición de alcalde es denunciar esta situación que considero injusta y muy perjudicial para nuestra provincia. Aquí no es cuestión de colores políticos. Estaba en juego la supervivencia y la dignidad del medio rural. Ante aquellos que pretendían sacar rédito económico con las necesidades y demandas de los habitantes de los pueblos, alcé la voz para reclamar lo que es justo: que las administraciones públicas se impliquen en garantizar la mejor calidad de vida en todas las localidades, desde una gran capital hasta la pedanía más pequeña.
Esta reclamación, que posiblemente en la provincia de Teruel está firmemente asentada entre la población, en los organismos públicos de Madrid parece que no lo está tanto. Si no podríamos citar numerosas situaciones que hoy vivimos y que ponen de manifiesto que la lucha contra la despoblación nos preocupa a unos pocos, no a todos. Y la última se ha vivido con Correos y a pesar de las afirmaciones de su presidente, José Manuel Serrano, en Teruel, donde anunciaba a bombo y platillo la instalación de 1.500 cajeros automáticos en nuestro país, de los que 65 se ubicarían en Aragón y 10 en Teruel. Todo ello sin coste alguno para los municipios.
¿Entonces por qué Correos remitió esa propuesta a mi municipio y también a otros? ¿Persigue la empresa pública mejorar su cuenta de resultados a costa de los recursos económicos de los pueblos? A día de hoy todavía no hemos recibido ninguna respuesta, solo descalificaciones y desmentidos por parte de la entidad pública, que ha sido incapaz de demostrar que no recibí la propuesta. Frente a sus mentiras, mi verdad. LA VERDAD, sustentada con pruebas y documentación que deja en muy mal lugar a los responsables de una empresa cuyos dirigentes han demostrado que no son modélicos.
En todas estas jornadas de declaraciones falaces por parte de los dirigentes de Correos, en ningún momento he hecho alusión a la procedencia política de su presidente o de la directora de Relaciones Institucionales. Sabemos perfectamente su carnet e ideología porque es norma en este Gobierno hacer política con entidades que son propiedad de todos los españoles. Basta como ejemplo el CIS.
Pero como he afirmado anteriormente, este conflicto no tiene color político. Es la demanda de los habitantes del medio rural contra la ambición de los que hoy gobiernan nuestras instituciones, de espaldas a lo que desean y ansían todas esas personas que solo quieren vivir en su pueblo. Solo desean tener calidad de vida y que las diferentes administraciones pongan todos los recursos necesarios para que así sea. Porque no somos ciudadanos de segunda, sino que pagamos los mismos impuestos que el que vive en el Paseo de La Castellana de Madrid.
Escribo este artículo con la tranquilidad de haber dicho siempre la verdad. Incluso en los momentos más complicados y ante ataques furibundos, me he mantenido firme en mis afirmaciones y convicciones. Me avalaba la verdad y la razón, y me movía lo que siempre lo ha hecho en todos los años que llevo dedicados a mejorar mi municipio, mi provincia, mi Comunidad Autónoma y mi país. Por esa razón accedí a formar parte de la candidatura al Ayuntamiento de Lidón y con la misma motivación hoy desempeño mi labor en las Cortes de Aragón.
Creo en el valor de la verdad. Nuestra credibilidad es uno de los mayores activos que tenemos los responsables políticos porque son los ciudadanos los que nos dan con su voto algo muy importante para ellos: su confianza. Es muy difícil de conseguir pero realmente fácil de perder. Serán los actos los que nos posibiliten mantenerla, unido a los principios que nos guían en nuestro día a día. Especialmente en los momentos más complicados.
Los míos son firmes y me obligan a no hacer nada que no pueda explicar, a defender a nuestra provincia frente a los que quieran aprovecharse de ella y a mejorar la vida de todos los turolenses. No me he desviado ni un ápice de esos propósitos y no lo voy a hacer nunca. Le pese a quien le pese y contra quien sea necesario. Porque Teruel tiene futuro y en ello estoy empeñado y ocupado. Solo falta que los que hoy tienen responsabilidades de gobierno también lo crean y pongan de su parte. Yo no me callaré.