Robándole parte del título al libro “La España Inacabada” del catedrático de la Universidad de Valencia, Joan Romero, del cual tuve la suerte de ser alumno, se puede explicar gran parte de los problemas y desequilibrios territoriales que España tiene actualmente como estado.
España como estado, sufre históricamente problemas regionales y muy centrados en las diferentes identidades nacionales que se enmarcan dentro del territorio nacional, sin embargo de un tiempo a esta parte, los regionalismos no nacionalistas o no identitarios, están viviendo un auge o una época dorada de aceptación entre la sociedad y los electorados. Estos movimientos, no son fortuitos, sino que una serie de consecuencias y problemas que España como país arrastra desde mediados de los años 60, son los causantes tanto de estos regionalismos como de la potenciación de los movimientos independentistas o nacionalistas periféricos.
Estos problemas empezaron a fraguarse en el franquismo, cuando con los planes de reindustrialización que fomento el régimen, se focalizaron las industrias en tres puntos fundamentales, Madrid, País Vasco y la provincia de Barcelona, esto llevó al inicio del éxodo rural y la despoblación de la España rural en pro de una masificación de las zonas más industrializadas y con mayor salida laboral. Este flujo continuo de población desde la España interior hacia Madrid y hacia las comunidades más periféricas, como una pescadilla que se muerde la cola, sigue vigente y agravándose paulatinamente.
Y aquí radica el principal eje, al perpetuarse este problema y la falta de acción de los distintos ejecutivos que se han ido alternando el poder, han potenciado indirectamente la aparición de partidos regionalistas en provincias y Comunidades Autónomas que no tienen ni han tenido vocación de nación, sino que actúan la mayoría de las veces movidas por el sentimiento de un colectivo abandonado o de una minoría excluida de ciertos servicios que el Estado de Bienestar como sistema ofrece.
Esta España Inacabada, así como el modelo de Constitución abierta que tiene el país, dejó en el tintero durante muchos años y sigue sin resolver la legislación de los reequilibrios territoriales y del encaje tanto de los sentimientos nacionales, como de las regiones menos desarrolladas en un mismo Estado. La falta de políticas públicas orientadas a solucionar dichos problemas, ha llevado a un caldo de cultivo que ha ido cociéndose lentamente a lo largo de décadas y cuyas consecuencias vemos ahora.
El regionalismo, es la reacción de esa España abandonada durante mucho tiempo y que empieza a atisbar una posible solución para ella, pero que no es la solución a un país. La cantonalización de la política y un parlamentarismo aún más fragmentado es el panorama que ningún estado desea ya que establecería equilibrios de poder muy débiles y egoísmos entre regiones.
Estatalmente aún queda margen de maniobra en el próximo lustro, sin embargo si no toman las decisiones en el camino correcto, solo llevará a una reacción que puede tildarse de lógica pero que a largo plazo repercutirá negativamente en el conjunto del estado. Es el momento de no repetir errores cometidos en el pasado y que se tenga la audacia y sagacidad política para actuar antes del punto de no retorno.